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domingo, 9 de febrero de 2014

EL LARGO SUEÑO DE LOS PECIOS

A 27º 49’ 03” de latitud N, 33º 55’ 14” de longitud E y entre 25 y 30 m de profundidad, dentro del Parque Natural de Ras Mohamed, en las cálidas aguas del Mar Rojo, posado en un lecho marino de arena y prácticamente intacto, duerme su eterno descanso el SS Thistlegorm, uno de los pecios más completos y emblemáticos del mundo, que es visitado cada año por miles de aficionados al buceo deportivo.

El SS THISTLEGORM era un carguero inglés que en plena 2ª Guerra Mundial, el 6 de octubre de 1941, a la 1:30 a.m., mientras esperaba su turno para atravesar el canal de Suez, con un importante cargamento de material bélico destinado a las tropas del bando aliado, fue localizado y atacado por una patrulla de bombarderos de la aviación alemana. Las bombas impactaron directamente en la Santa Bárbara, situada a popa del buque, por donde se rompió produciéndose su hundimiento en pocos minutos, quedando el resto de la nave prácticamente intacto. En sus bodegas quedó prisionero para siempre todo el material bélico destinado a los campos de batalla.













Cuentan que la Corona inglesa encargó al famoso científico y buceador Jacques Cousteau su localización para el rescate de una importante cantidad de oro guardado en su caja fuerte y destinado a sufragar gastos de guerra. Cumplida la misión por Cousteau, pasó a ser uno más de los pecios que pueblan las profundidades del Mar Rojo.

Después de largos años en el olvido, con el auge que adquiere la zona como destino de buceo deportivo por la riqueza de sus fondos marinos, el Thistlegorm se convierte en una de las mayores atracciones de los cruceros de buceo, por encontrarse a una profundidad asequible para buceadores deportivos, si bien la inmersión hasta las entrañas de sus bodegas no está exenta de riesgos y requiere experiencia y conocimiento de la técnica del buceo en pecios.

Para acometer la inmersión con éxito es necesario situarse justo encima y largar sendos cabos desde proa y popa que se amarran directamente a la estructura hundida, ellos nos servirán de referencia en la bajada y el ascenso de las tres inmersiones que tenemos programadas.

La primera con la luz del mediodía, el sol en todo lo alto y un mar que por lo movido de las olas presagia fuertes corrientes en el fondo. Siguiendo el cabo de amarre comienza el lento descenso y a medida que se gana profundidad se va vislumbrando la oscura silueta. En sus inmediaciones nos encontramos con parte de los materiales que viajaban en su cubierta, entre ellos destaca una locomotora de tren encallada para siempre en fondo arenoso. La soberbia proa nos recibe con una de sus anclas desprendida en el fondo, con su pesada cadena colgando a merced de la corriente y la otra en su emplazamiento original soldada al casco por la herrumbre y las incrustaciones producidas por el paso de los años.



De repente un amasijo de hierros retorcidos y una gran depresión en la cubierta nos desvela el lugar donde se produjeron los impactos de las bombas, mas allá apenas separada unas decenas de metros que recorremos luchando contra la fuerte corriente, se levanta ligeramente escorada, siniestra, la popa armada con un potente cañón en cubierta y albergando en su parte más intima su pesada e imponente hélice, antaño propulsora potente y hoy inmovilizada contra el lecho marino.




Tras un largo y reconstituyente descanso en superficie, envueltos en la suave oscuridad de una noche sin luna, nos sumergimos nuevamente para adentrarnos directamente en las entrañas del majestuoso pecio que nos recibe acogedor. A través del amplio orificio que provocó su hundimiento nos adentramos en sus bodegas repletas de material bélico con aspecto fantasmagórico, camiones alineados, motocicletas enjauladas, fusiles y munición diseminada por doquier, multitud de materiales y repuestos que podrían haber influido en la historia variando el final de alguna batalla, o quizá sea este el escenario de su batalla perdida.
Entre pasadizos y escotillas sorteamos los mamparos. De las amuras que dibujan la proa a las aletas que conforman la popa, de babor a estribor subiendo y bajando entre las diferentes cubiertas se puede apreciar la prolija actividad de vida nocturna que alberga la gran estructura, muerta, oxidada, olvidada del tiempo, pero que permanece presente en la memoria de los que hemos recorrido sus entrañas mientras, a merced de las mareas, duerme el largo sueño de los pecios. 


Fernando Ranea García

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